Indignados
Cada mañana, salía por la boca del tren, y caminaba unos pocos metros hasta el trabajo. Por esa época empecé a interesarme por el movimiento “Indignados”. Hacía uno o dos días que estaban acampando en Plaza Cataluña, de Barcelona. De las palabras habían pasado a la acción. Y cuando un grupo de personas desconocidas, como uno, pasa a la acción y es repentinamente portada de los principales diarios, es inevitable sentir que algo interesante está pasando y que el curso de la historia, por un momento, se juega en un terreno diferente. Leía el diario por Internet, varios diarios. Los buscadores me devolvían decenas de entradas sobre el tema: foros, videos, blogs. En esa época, la conexión móvil no era muy rápida, pero por la noche, cuando las niñas ya estaban durmiendo, miraba los videos más importantes de la acampada, de los incidentes. Al poco tiempo descubrí las cámaras en vivo que se emitían desde algunos diarios por Internet, y entonces no podía evitar, cada media hora, echar un vistazo al movimiento que había en la plaza.
Una de esas mañanas, que recuerdo soleada, salí como cada día por la boca del tren, luego de subir las escaleras. Escuché un fuerte ruido, un petardo o algo así, me giré y vi por primera vez la Plaza Cataluña transformada. Dónde había hierba, ahora habían diferentes grupos de personas sentadas, conversando, o acomodando un saco de dormir, que hasta hacía un rato había abrigado el descanso de su dueño. Se veían dos o tres furgonetas de diferentes canales de televisión. En la parte central de la plaza, formando un gran círculo, estaban una al lado de la otra, pequeñas paradas que invitaban a participar del movimiento de diferentes maneras. Las personas que se podían ver estaban vestidas de diferentes maneras y eran de edades muy variadas. Al hablar con algunos de ellos, pude sentir la excitación del momento, y también un poco de tristeza, tal vez porque intuían como seguirían las cosas.
“Qué boludo”, pensé, yo mirando la televisión y tratando de entender cómo se vivía, qué estaba pasando en el movimiento de “Indignados” a través de los diarios, de los foros en Internet y tenía el centro de la escena frente a mis narices, cada día. Al día siguiente volví a visitarlos, esta vez con un amigo del trabajo. Y también volví a leer en Internet los diarios y los foros.
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Michelle Obama
25 de Noviembre de 2009. CNN Tech.
Google se disculpa por los resultados que devuelve su buscador de imágenes cuando alguien busca “Michelle Obama”.
Durante la mayor parte de la semana pasada, cuando alguien escribía «Michelle Obama» en el popular motor de búsqueda Google, una de las primeras imágenes que se mostraban, era la imagen de la primera dama estadounidense modificada para parecerse a la de un mono. […] La compañía con sede en California, explicó que los resultados de búsqueda se basan en algoritmos informáticos que tienen en cuenta miles de factores. […] La imagen alterada se puede encontrar aquí, aunque al hacer clic en este enlace se llevará a los usuarios a una foto que muchos encontrarán ofensiva …
3 de Enero de 2010. The Telegraph.
La imagen ‘racista’ del mono de Michelle Obama vuelve a reaparecer en línea
[…] Un portavoz de Google advirtió, cuando la imagen fue removida de la página web dónde estaba alojada, que la misma podía reaparecer en las búsquedas si otra página la volvía a publicar. Y esto es lo que ha ocurrido, luego de que la imagen se haya publicado nuevamente, esta vez en un blog escrito por un estudiante universitario estadounidense y aspirante a locutor llamado Bernard Charles.
El blogger dijo que creía que la imagen debía ser protegida en virtud de la «libertad de expresión». No estaba claro si era consciente de que la había impulsado de nuevo a la parte superior de las búsqueda de imágenes de Google …
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Barcus
Hace algunos años, mis padres, que son muy jóvenes, vinieron a visitarme por primera vez a Barcelona. Era verano y organizamos un viaje por Europa, los tres, en carpa. Alquilaríamos un coche, e iríamos parando en diferentes campings, pasando del mar Cantábrico al Mediterráneo, de España a Francia y luego a Italia, del continente a alguna isla. Todo fue organizado muy rápido. Se nos ocurrió que podíamos aprovechar y, ya que pasaríamos por el País Vasco, buscar a ver si encontrábamos el lugar desde dónde habían emigrado para Argentina los padres de mis abuelos, un siglo atrás.
No teníamos claro exactamente en qué ciudad o en qué pueblo buscar. Sabíamos la zona, más o menos. La verdad es que teníamos pocas expectativas de encontrar algo, pero aquella búsqueda le agregaba un toque adicional de aventura a ese tramo del viaje, y decidimos jugar el juego.
Salimos temprano por la mañana desde el camping “El Faro” en Hondarribia, al lado de San Sebastián. Aquel camping era hermoso, el segundo de nuestro viaje. Estaba al borde del Cantábrico, en un acantilado con unas vistas impresionantes. “Está a cincuenta metros del mar”, nos habían dicho. No nos imaginamos que serían cincuenta metros verticales. La noche anterior a nuestra partida, recuerdo que nos habíamos hecho amigos de un pequeño grupo de franceses, que, medio a escondidas, estaban haciendo un asado. Nos unimos a ese grupo y comunicándonos con algunas palabras y con señas, compartimos ese fuego, para hacer algo de carne, y un poco de vino. Con mi padre habíamos intentado meter la parrilla entera en el equipaje del coche (por ese entonces vivía en un ático con terraza y tenía parrilla), pero después de comprobar que casi no quedaba lugar para las otras cosas, y de los consejos (gritos) de mi madre, solo llevamos la rejilla de metal, y con eso y unos ladrillos lo hicimos.
Al otro día por la mañana salimos temprano hacia el sur, sin destino definido, pero cruzamos al lado francés del País Vasco. El día era espléndido, soleado, y el paisaje hermoso, con mucho verde. Cuando nos acercamos a la zona dónde sabíamos que habían estado nuestro antepasados, comenzamos a prestar atención a los nombres de los pueblos que aparecían en los carteles. Algunos nombres nos sonaban más familiares que otros, y decidimos entrar a uno de ellos. “Sí, a este le tengo fe”, dijo mi padre. Se veían algunas casas viejas, cada tantos metros, con un trozo de campo al lado o al fondo, más o menos grande. Paramos frente a una de estas casas, una señora arreglaba las plantas de la entrada. Mi padre bajó del auto con el DNI argentino en la mano. “Esperen aquí, nos dijo”. Mi padre es bastante alto, y usaba gafas oscuras. Al verlo caminar con paso decidido, causaba respeto, y podías confundirlo con algún inspector municipal o algo así. Vimos como le hablaba a la señora en perfecto castellano y gesticulaba moviendo los brazos. Le mostraba el DNI, en el que aparecía, además de su pequeña foto carnet descolorida, nuestro apellido. Se veía la cara incrédula de la pobre señora, ante la amable insistencia de mi padre. Subió al coche y nos dijo, “No, no sabe nada. La próxima acompañame vos, que sabés francés”. Yo había estudiado francés en la escuela primaria, hacía muchísimos años, apenas lo recordaba, pero al lado de mis padres me sentía un egresado en letras de la Sorbona. De todas formas, yo no llegaba a comprender el método de búsqueda que estábamos usando. Por algún lado había que empezar, estaba claro, pero no me imaginaba a una de estas personas diciendo: “Ahhhh sí,sí, sí, a su bisabuelo lo conozco, solía jugar a las cartas en el bar de aquella esquina”. Mi madre se ponía nerviosa cuando hablábamos con la gente y miraba desde el coche para otro lado.
Luego de incordiar, sin éxito, a dos o tres familias más, llegamos a la plaza del pueblo, dónde también estaba el ayuntamiento. “Aquí nos sabrán decir”, dijo mi padre. Pero estaba cerrado. Ya era la hora de comer y volvía a abrir en un par de horas. Dimos un par de vueltas en auto y encontramos una pequeña plaza, muy tranquila y soleada, con columpios y toboganes, pero también con algunas mesas, que nos permitieron sentarnos y calentar en el hornillo portátil, algo de comida. Luego de comer, me sentí muy relajado, inmerso en la calma de la hora de la siesta, mientras el sol se colaba por entre las hojas de los árboles. En esa espera, no pude evitar sentir una sensación de extrañeza, que me decía ¿Qué hago acá sentado en este parque, mientras espero que abra el ayuntamiento de este pueblo perdido de Francia, con mi madre sentada en un banco ojeando una revista y mi padre comprobando el material de ese columpio? Es lo que tiene no organizar bien los viajes, pensé.
En el ayuntamiento una señora nos ayudó a buscar familias que estuvieran registradas con nuestros apellidos. En ese pueblo no había ninguna, pero nos dio el nombre de otro pueblo dónde sí había. Uno de ellos se llamaba Barcus, y fuimos hacia él. Cuando llegamos, la ínfima plaza del ayuntamiento estaba rodeada de dos cosas que me llamaron la atención. Un pequeño cementerio al aire libre, que parecía la continuación del jardín de la plaza, y un frontón para jugar a la “pelota – paleta”. A cien metros de mi casa de la infancia, en Argentina, también hay un frontón. Y también lo hay cerca de la casa de mi abuela, que vive en un pueblo que se llama General Rojo. Me acerqué y me quedé mirando el frontón un rato, mientras mis padres miraban para arriba, a los costados, a las casas. Después entramos al cementerio, y reconocimos muchas lápidas de nuestros antepasados. Con el mismo apellido de mi bisabuela y con “casi” el mismo apellido de mi bisabuelo. Y lo más curioso para mi fue encontrar el mismo apellido que tenían otras familias que conocíamos en Argentina, que eran familias que vivían cerca de nuestra casa.
Pensé que ya habíamos terminado nuestra misión, todavía teníamos que conseguir un camping dónde pasar la noche, pero mi padre quería más. Con el DNI en la mano, paró primero a un señor viejito y con boina en la calle. Luego preguntó a un señor que estaba parado en la puerta de su casa. Éste, para nuestra gran sorpresa y satisfacción, nos dijo: “Sí, yo conozco a esa gente. Viven aquí al lado. Caminen por ahí y a los pocos metros solo verán campo y árboles. A la izquierda hay un pequeño camino que lleva a su casa”. Tenían, supuestamente, el mismo apellido que mi bisabuela. Fuimos contentos para allá siguiendo sus indicaciones, pero no encontramos el camino. Volvimos un poco y volvimos otra vez a recorrer el camino, pero no encontramos nada. Ya nos estábamos volviendo para el coche, cuando al pasar a la altura del señor, nos hace señas para que volvamos, como insistiendo. Volvimos para atrás, en busca de un rodeo que nos aleje del señor, queríamos volver pero nos daba vergüenza pasar frente a él. Y de repente, ahí estaba la casa que nos había indicado, al final de un camino de unos cien metros, que se metía dentro del campo. Nos acercamos y enseguida se presentó un hombre corpulento, muy fuerte, de la edad de mi padre. Comenzamos a explicarle con nuestro pobre francés, y enseguida nos dijo: “Ah, sí, ustedes son de Argentina. Sí, tenemos parientes ahí”. Era muy amable y risueño. Nos invitó a pasar a su casa. En la parte de abajo, todo el espacio estaba reservado para animales y material para trabajar el campo. Nos contó que justo la noche anterior había nacido un ternero. Subimos por las escaleras y llegamos al living. Todo estaba un poco desordenado, y se veían motas de polvo flotando en el aire, reflejados por los rayos de sol que entraban por la ventana. Ahí estaba su esposa, también corpulenta, fuerte y muy amable. Enseguida nos hicieron lugar en una mesa y nos invitaron a tomar algo. El señor le hizo una seña a su mujer, y le dijo unas palabras que no entendimos bien. Luego se dirigió a nosotros y nos dijo algo así como: “Ya verán. Ahora mi mujer traerá unas fotos”. Al rato volvió y comenzamos a pasar esas fotos en blanco y negro, que estaban sueltas en un sobre grande. Y repentinamente, ¡una foto de mi tía!. Mi cabeza hizo ¡bum! No podíamos creer lo que estábamos viendo. Era una foto del año 1955, exactamente la misma foto (tal vez la única) de mi tía tomando la comunión, que mi abuela (su madre) tenía orgullosamente expuesta en una de las paredes de la casa familiar en Argentina. Todos reconocimos esa foto al instante. Y en el revés de la foto, la caligrafía inconfundible, impecable, de mi abuelo, ya muerto. Les mandaba un cálido saludo a los primos de Francia, y les presentaba con esa foto, a su hija mayor. ¡Estallamos todos de alegría entre gritos y aplausos!No lo podíamos creer. La búsqueda había terminado.
1 resultado (83,4 horas).
Susana dice:
Hermoso recorrido!! me lo hiuciste revivir paso a paso.
13/01/2016 — 11:32
Mai dice:
Maravilloso, sublime relato! Una vez más, se me caen las lágrimas de emoción. Gracias!!!
13/01/2016 — 13:57
Isidro dice:
Excelente relato!!
13/01/2016 — 15:44
Federico Suarez dice:
Genial amigo….
13/01/2016 — 16:14