Es domingo en la escuela. Una jornada de puertas abiertas, o algo así. Niños y padres trabajan juntos, en las aulas. Los pasillos son largos, los techos son altos. El suelo es frío y todo tiene un color crema o blanco. Carlos Rubén y Gaitán, dos casi amigos, entran sigilosos, pero confiados. Saben disimular.

Caminan por el pasillo, y en un momento, giran y abren una pequeña puerta. La escalera lleva a la terraza del imponente edificio. Ahí arriba los espera bastante gente. Están repartiendo el dinero. Carlos Rubén agarra su parte, lo mismo que Gaitán. Extienden la mano, y se despiden del resto. Abel les pide que bajen por atrás, para evitar riesgos. Bajar por atrás significa bajar por unos caños que están pegados a una pared que cae 30 metros. Si hay caída, es muerte segura. Primero baja Gaitán. Carlos Rubén mira para abajo. Mira otra vez. Se acomoda, pone la pierna, y hace el gesto como para seguir bajando, pero se paraliza. No sabe cuál es el siguiente movimiento. El terror lo congela. Por un momento, siente que no puede bajar, pero tampoco subir. El miedo es atroz. Abel parece entender y sin rechistar, le da una mano y lo sube. Carlos Rubén no dice nada. Sabe que Abel lo comentará con los demás tan pronto desaparezca.