Algunos amigos de Argentina me preguntan qué está pasando en Cataluña estos días. También compañeros de trabajo que están en la India o en Israel. Aquí les cuento unas cosas desde mi pequeñísimo día a día.

Mi vecino

Hay veces que el humo de mi vecino me molesta. Sale a su balcón, que está al lado del mío, separados por apenas dos metros, y se pone a fumar. Él y su mujer fuman mucho. Alguna vez por la mañana, muy temprano antes de que amanezca, caminando en la oscuridad del living, he sentido el olor a tabaco mezclado con la brisa fresca. Yo creo que es gente buena y quiero que estén bien. ¿Acaso no tienen derecho a estar en el balcón de su propia casa fumando?

Apenas nos saludamos, no sé, creo que ambos intentamos ser simpáticos. Pero creo que algún día, sin darme cuenta, no debo haberlos saludado o algo.

Hace unos días, estábamos preparando la mesa para cenar, y comenzamos a escuchar unos ruidos metálicos. Ese mismo día yo había vuelto de Madrid, después de estar tres días fuera por trabajo. Dejé que los ruidos siguiesen por un rato, sin darle importancia. Pero luego, por pura curiosidad, me acerqué al balcón. Salí fuera y me sorprendió lo que estaba pasando: mucha gente desde sus balcones golpeaba sus cacerolas. Eran las diez de la noche. Se veían las sombras de grandes, y también de pequeños, haciendo ruido. Ahí fue que recordé que se estaban convocando este tipo de acciones en toda Cataluña, como apoyo al gobierno catalán y al derecho de poder votar en un referéndum sobre el futuro del país.

En ese momento, me giré y vi, sin mirarnos, a mi vecino. Él estaba con su familia, golpeando las cacerolas, apoyando unas ideas. Una vez más, nos saludamos sin saludarnos, en el inmenso terreno del desencuentro. Di media vuelta, y me metí dentro, a terminar de poner la mesa.