Creo que tendría unos doce años. Era la época de las primeras computadoras personales, de las AT 286, de los discos flexibles y de los monitores ámbar o en blanco y negro. Mi tía tiene una gran farmacia, y por ese entonces, cuando algo no iba bien con el programa que le permitía vender y facturar, me llamaba. No sé bien cómo, pero se lo terminaba solucionando. “¡Es un genio!”, decía mi tía a los gritos, ante la mirada incrédula de los clientes. “Gracias, Nahuel”. La sensación de gran satisfacción que me invadía al salir por la puerta habiendo dejado las cosas solucionadas, aún la recuerdo. 

Y si hay algo que me ha permitido IBM en los últimos doce años es volver a vivir muchas veces esa hermosa sensación. Si pienso mucho en todos los momentos vividos con vosotros, creo que me voy a terminar quedando. Así que mejor me despido aquí, porque igual nos volveremos a ver. Os envío a cada uno un gran abrazo virtual.

Nos vemos.