En estos días de encierro y de pandemia, el otro día le contaba a mi viejo que mis hijas se aburren un poco. Pero que por suerte son dos, y además de ver películas y videos de Youtube, juegan mucho juntas. Y comentábamos las cosas que él hacía de chico para divertirse.
Me sorprendió que, desde muy chico, con tan solo ocho años, quedaba con los amigos después de la escuela para ir a cazar palomas. Por ese entonces, aún vivía en la casa de sus abuelos maternos. “Sí, mi abuelo Pietro, italiano de Calabria, murió en el ´61, cuando yo tenía diez años. Hasta entonces, vivimos con mis hermanas y padres, todos juntos con él y con mi abuela Carmela. Mi madre, Yolanda, era la menor de las hermanas mujeres, eran once hermanos, y en ese entonces se usaba que la hija menor se quedase en la casa de sus padres. Mi padre, tu abuelo René, aunque tenía los medios para llevar a su familia a vivir a otra casa, respetó mucho esa tradición. Él era muy democrático y moderno en ese sentido, y amaba a Yolanda. Yo la verdad que se lo agradezco, porque me permitió vivir en la misma casa con mis abuelos unos buenos años. Aunque hablábamos poco, muchos de mis recuerdos más lejanos, son con mi abuelo Pietro”.
Me contaba mi padre que su abuelo Pietro fumaba en pipa. Se sentaba en el patio, debajo de un árbol, a fumar tranquilo mientras leía el diario. A mi padre le daba mucha curiosidad todo eso, el humo, el aroma penetrante, el crepitar del tabaco. Compartían a veces esos momentos, se observaban, en silencio. A veces, cuando Pietro se descuidaba leyendo, mi padre le daba una pitada rápida. Un día Pietro se cansó y se dejó como olvidada la pipa. Y mi viejo, con solo ocho años, no dejó pasar la oportunidad, y la probó un buen rato. Luego estuvo un día entero vomitando y encima castigado por sus padres.
Eran métodos didácticos diferentes.