El duende que todo lo escucha y todo lo ve

Sueño

Anoche soñé algo muy extraño. Venía andando en bicicleta, algo agitado. Me paro frente a un semáforo en rojo, uno que está bastante desolado, poco antes de la subida del puente. Un auto venía por detrás y para justo al lado mío. Me parece que me hacen señas desde dentro, pero no veo bien por el reflejo. Afino los ojos, para intentar comprender, cuando justo comienzan a bajar la ventanilla del acompañante. Sentado, un hombre con traje blanco me mira aburrido, saca una pistola, me apunta y me mata de un tiro en la cabeza. No tengo tiempo de reaccionar.

Todo pasa muy rápido. Primero pienso en mis hijas, que no tendrán padre. Después en mi mujer. Pienso que debería haberme sacado el seguro de vida. ¿O si me lo había sacado? Después pienso en la tristeza de mis padres y en mis hermanos. Pero enseguida me viene un sentimiento de calma, de insignificancia y la certeza de que todo continuará. Entonces comienzo a reírme con ganas.

En eso estaba, todavía escuchando el eco de mis desagradables risotadas, cuando me veo de pie, a plena luz del día, en la céntrica calle “Nación” de mi ciudad. Sería la una más o menos, cerca de la hora de comer, un día de semana. La calle comenzaba a tranquilizarse, los negocios pronto cerrarían para hacer el descanso de la siesta. Es mi ciudad, reconozco la calle, pero veo algo extraño que no se qué es, más polvo en las veredas tal vez, los autos más viejos. Así estaba, mirando a mi alrededor, todavía cegado por la fuerte luz del sol, cuando siento que alguien me llama. Pst. Me giro, y veo al hombre de traje blanco apoyado contra una pared, desganado, fumando. Me hace una seña con la cabeza para que mire al costado. Veo a un flaco, de unos treinta años, vestido con jeans y camisa metida adentro, con las manos detrás de la espalda mirando una vidriera. “Casa Trebes”, pienso. Es una tienda de electrodoméstico e instrumentos musicales, muy bien puesta, que cerró hace más de quince años. Me acerco. El flaco está mirando una guitarra, que está puesta, flamante, en el medio de la vidriera. La mira y la mira. Después hace el gesto para entrar en la tienda, pero se arrepiente y vuelve, y sigue mirando. Por fin se decide, y entra a paso firme. Un señor de corbata lo atiende, pasan un buen rato charlando, le muestra una guitarra, luego otra y luego otra. Después veo al señor de corbata meterse dentro de la vidriera y agarrar la guitarra que estaba en el centro. En ese momento, el señor de traje blanco, que llamaré a partir de ahora Adam, me invita a subir con la puerta abierta a los asientos de atrás de un auto que reconozco como un Ami-8, blanco como una heladera. Me hace gracia, porque es el primer auto que tuvimos en la familia. Segundos después sube el flaco que había estado observando y deja la guitarra en el asiento del acompañante. Así, de atrás, lo reconozco. La puta, ¡Es René! ¡Mi viejo! Adam parece adivinar mi sorpresa y me agarra del hombro para volverme a apoyar contra el asiento, al tiempo que me hace un gesto con el dedo, pidiéndome que haga silencio. Enseguida llegamos a mi casa, mi viejo está contento, exultante. Que bueno ver a mi viejo tan joven, pienso. Entramos todos a mi casa, mi papá le muestra la guitarra a mi madre [continua en el próximo post…]