Barcelona fuera de la ruta turística
En la entrega de hoy: Paseo de noche por el río Besòs
Cómo llegar: La mejor manera es en bicicleta. Si no tienes, puedes alquilar una aquí, por ejemplo. Desde ese punto, en la parada de metro Barceloneta, se parte en dirección hacia el Forum (preguntar al que alquila las bicicletas o a la gente que pase por la calle). El camino se va eligiendo sobre la marcha, según los gustos de los participantes. Podemos bordear el mar, al lado de los “chiringuitos”, o sumergirnos en los apacibles y tenues caminos que cruzan los pequeños bosques de pinos, que están a unos metros de la playa. O ir cambiando de un lugar a otro. También podemos ir un tramo por las anchas aceras que bordean el paseo Garcia Fària, dónde comúnmente pueden verse las acrobacias de esas almas libres, que gustan de ir en grupo de por lo menos veinte, que son los patinadores. No hay pérdida, todos los caminos llegan al Forum y cualquiera podrá volverte a poner en camino, si te animas a preguntar. Desde el Forum hasta el río Besòs las opciones se reducen. Poco tiempo atrás, entre estos dos puntos no había nada. Ahora una bicisenda bien acondicionada nos lleva en línea recta, dejando a nuestra izquierda hoteles y modernos edificios de habitaciones, y a la derecha, edificios de oficinas y un parquing de motocaravanas. Pasaremos debajo de un puente, aquí a toda velocidad, porque el camino es un poco en bajada. Ahora a la derecha, dejaremos la moderna estación de tratamiento de residuos y parking de camiones de reciclado de basura y un poco más adelante una pequeña y pintoresca central eléctrica. La luz comenzará a atenuarse. A partir de este punto, y quizá desde bastante antes, será raro cruzarte con más gente, a pie o en bicicleta. Y si lo haces, es posible que intercambiéis miradas, y os deis un pequeño saludo, asintiendo con la cabeza, o con un “…sta luego…”. Como ocurre en los caminos de montañas, dónde nos sabemos solos y formamos una comunidad natural con cualquier otro ser humano, para poder ayudarnos en caso de necesidad.
Pero tranquilos, aunque parezca mentira, la Barcelona de las luces y el bullicio, de los bares y de los refinados restaurantes, está ahí no más. Ese contraste en tan poco tiempo y espacio, es el que puede profundizar una sensación de extrañeza y vuelta a tiempos remotos. Una sensación parecida a la que sentimos cuando nos alejamos de noche en silencio, después de cenar, de esa isla de civilización que es un cálido restaurante en mitad de la nada, al lado de una ruta secundaria, oscura y fría.
No os distraigáis, porque en un abrir y cerrar de ojos tendréis al protagonista de la noche: el querido río Besòs. Al subir al puente que lo cruza, podréis hacer una primera parada para admirar el oscuro paisaje y escuchar el tranquilizador ruido del río pasar. No intentéis sacar fotos. No se ve nada.
Y aquí viene la parte complicada. Casi al terminar de cruzar el puente, debemos girar a la derecha, saliéndonos de la bicisenda, cruzando un descampado de tierra, dónde turistas sin dinero, aventureros y esposos que se han portado mal, duermen solos en sus coches o camionetas. Algunos dejan los zapatos arriba del techo de los coches. Otros, los más jóvenes, que todavía tienen esperanzas, improvisan una comida o charla al aire libre, y con la mirada invitan a cualquiera que pase por ahí a acercarse y compartir alguna historia.
Una vez cruzado el descampado, tomaremos el camino que se mete como en un tunel y pasa por debajo de un puente. Al salir, tendremos el paseo del río Besòs a nuestra izquierda. Para entrar, deberemos coger las bicicletas y pasarlas por arriba de una vallas que se ponen por seguridad de noche. ¡Ya está, hemos llegado!
Qué hacer: La exuberante naturaleza que se ve en este tramo del río, invita a acercarse a la costa, cruzando un amplio manto de hierba, y hacer una primera parada. Aquí se debe sacar una bebida, que puede ser cerveza, por ejemplo. De pie, se observa la tupida vegetación, las inmensas cañas y arbustos. Se huele la hierba, que casi siempre está recién cortada. El ambiente tranquilo y silencioso es adecuado para sacar algún tema que nos preocupa, un amor no correspondido, una factura impagada, lo cuesta arriba que se nos está haciendo el trabajo o el recuerdo de un amigo que hace tiempo que no vemos. Sobre todo si somos pocos. El lugar invita a fumar algo y no es nuestra culpa.
Sin más demora, nos subimos nuevamente a las bicicletas, que pueden haber cogido un poco de rocío y comenzamos nuestra marcha por el camino marcado para las bicicletas. Esto funciona como una continuación de la charla. El ritmo debe ser tal que nos permita hablar perfectamente sin agitarnos. Hemos comprobado que las ideas se deslizan con mayor facilidad a 10 km/h.
La luz del paseo viene principalmente por las luces que iluminan la ciudad arriba de la margen izquierda del río. Es por esto que la intensidad no controlada de la luz, va cambiando, lo mismo que las tonalidades. Numerosos son los puentes que iremos pasando. Muy numerosos, y cada uno es distinto. El progreso ha dejado, sin duda, su orgullosa marca en este paseo. Las imponentes moles, le dan a la escena un marco surrealista y de otro planeta. A esa hora, o por otro razón, el ruido de los coches casi no se oye. Es curioso, y recomendamos acercarse y tocar, algunos de los puentes que han quedado a medio construir. Son pilares inmensos, inmensos, tan anchos como altos, en el medio de la hierba. Una vez hicimos una parada en una de estas estructuras y nos quedamos a charlar, junto con un grupo de visitantes de Alemania. Sin embargo, en sucesivas visitas quisimos parar en el mismo pilar, pero nunca lo encontramos. Hay gente supersticiosa que nos ha contado que eso puede tener que ver con pequeñas bromas que nos hacen los espíritus de los antiguos “passadors”. Los passadors eran las personas que cruzaban las cosas y a la gente cuando no había ni un puente que cruzase el río. Según la mercadería, la época del año, y la zona dónde se quería realizar el cruce, se recurría a uno de estos dos grupos: “los jóvenes” que eran en general unos treinta y “los viejos” o “los doce”, llamados así por estar conformados por ese número fijo. Los jóvenes cruzaban a la gente en hombros. Los viejos, manejaban unas balsas para el cruce de cosas más pesadas y grandes, como podrían ser carruajes y caballos. El trabajo era muy duro, como podéis imaginar, especialmente para los jóvenes, que temblaban al ver venir a un señor corpulento o a una mujer entrada en kilos. La moda de la época no ayudaba, porque estar “fuerte” era signo de buena salud y poder. Dentro de este grupo de “passadors”, a diferencia de lo que ocurre ahora, los jóvenes querían hacerse viejos y los viejos estaban muy contentos de serlo. Cuentan que había grandes discusiones sobre cuándo exactamente se consideraba que uno pasaba a ser viejo. Más de uno había querido trampear al tiempo, con diferentes tretas, en una época en la que los registros escritos eran pobres y los cumpleaños no se festejaban.
Otra cosa que llama la atención a los visitantes nóveles es la curiosa presencia de conejos. Debo confesar que yo tampoco termino de acostumbrarme. Estas simpáticas y afelpadas criaturas nos sorprenden, con sus saltos y corridas a toda velocidad, constantemente en nuestro paseo. Es un misterio el origen de estos bichos, que parecen haber encontrado aquí un lugar ideal para hacer crecer a sus familias, ya que su número va en claro aumento. Los hay negros, oscuros como la misma noche, grises y casi blancos. Son siempre temerosos y huidizos y se ven en más número cuanto más oscuro y más solitario se vuelve el lugar.
En puntos indeterminados del camino, y si tiene suerte, porque no es muy frecuente, podrá usted ver grupos de diferentes culturas, cantando en corrillo sus músicas folclóricas, en idiomas muy extraños. Una vez, debajo de un puente, escuchamos a un animado grupo de amigos, apenas iluminados y de unos treinta años, cantando hermosamente en una lengua incomprensible, unas melodías, dispuestos uno al lado del otro mirando hacia el río. Era, tal vez, el melancólico canto de un grupo de amigos exiliados, deseando que el río y sus espíritus, lleven esos mensajes y saludos, a mujeres y familias que esperaban al otro lado del mundo.
Otra cosa que se puede ver por el camino es algo de gente haciendo deporte. A veces se ven patinadores y patinadoras, en general gente sin experiencia y en número reducido, partiéndose de la risa. Se ven también grupos en bicicletas de carrera y gente corriendo. Dentro de este último grupo, se ven personas que parecen cogidas de otros tiempos, porque van corriendo con ropa “normal”. Esto es, como hubiese salido a correr uno de nuestros padres, treinta años atrás: con pantalón vaquero con cinturón, una camiseta oscura y una chaqueta o sudadera si hace más frío, al ritmo de un trote corto. Me encanta la espontaneidad y practicidad de esta gente, enemiga del cambio constante de ropa, según la actividad que hagan. Ajenos a las modas y a los indiscutibles avances tecnológicos en la indumentaria deportiva, no me extrañaría ver ese pantalón, prolijamente dispuesto sobre una silla, listo para ser usado al otro día para ir a trabajar.
No es recomendable subir arriba del camino, por unas rampas que vemos cada unos 400 metros. Porque el paseo está como hundido, a una altura similar al río, aislado de lo que pasa arriba, o del mundo. Una vez sola no pudimos contener la curiosidad. Íbamos con un grupo de deportistas de la zona de Teruel, que estaban de visita por la ciudad. De pronto, una luz y una música llamaron nuestra atención. Tras la cansina insistencia de los invitados, subimos una de las rampas. Era la primera vez que lo hacía. No se por qué, pero temía encontrarme con las palancas de un decorado falso, con los extras que veíamos caminar por el camino del río, con un director de cine a los gritos dando órdenes aquí y allá, para que la magia del paseo continúe. Por suerte, lo que encontramos fue una fiesta de pueblo. Era el mes de Agosto y hacía calor. Al poco rato estábamos escuchando una banda de música de rock, mientras tomábamos unas cervezas heladas y unos frankfurts de muerte, apoyados en nuestras bicicletas. Sin embargo, no es algo que recomiende, nunca más lo volvimos a hacer y nunca más escuchamos esa música de fiesta de pueblo.
Luego de un rato bastante largo de pedalear, habremos llegado al final del recorrido, que identificaremos porque el camino se hace de tierra, el prado de hierba que nos separa del río desaparece y las luces de la ciudad quedan ya muy lejos. En este punto, recomendamos acercanos al río y sentarnos en su margen a descansa un rato. Aquí se saca algún refrigerio, que pueden ser pipas de calabazas o de girasol, dátiles, almendras o cacahuetes. Necesarios para recuperar la energía perdida y sobre todo, para amenizar la charla, que para este entonces habrá llegado a su punto álgido. Es casi inevitable sentirnos optimistas y exultantes. Un médico nos explicó una vez que era debido a unas hormonas o algo así, que se incrementan al hacer ejercicio. A nosotros nos gusta pensar que es por los embriagadores efluvios del Besòs que en algún tiempo gozó del triste título del río más contaminado de Europa y que hoy es, en cambio, un paraje lleno de vida.
Nuevas ideas y teorías se presentarán en nuestras cabezas. Papel y lápiz pueden ser de ayuda.
Emprenderemos la vuelta con las mismas ganas y renovadas energías. Es curioso, porque por la disposición del camino, hace que cada 200 metros tengamos la sensación de estar llegando al final. Inmensa es nuestra alegría cuando vemos que es solo una ilusión óptica, y que todavía nos queda un gran trecho para terminar el paseo.
En la próxima entrega … “Bares singulares”.
Mai dice:
Qué lindo escribís! Me transportaste al lugar, espero más entradas como esta, gracias!!
07/01/2016 — 14:31
Joan dice:
Qué ganas de visitar esos lindos parajes! Hoy, en pleno mes de Enero, con un clima más propio de finales de primavera, te invita a visitar lugares para relajarse y disfrutar. La próxima salida me uno, con algo para beber, fumar y mucho para soñar. Abrazos!
08/01/2016 — 13:02
laalegriadelcoyote dice:
¡Grande el relato del Besòs! Pero tengo que corregir un error, con tu permiso…
Cuando se llega al Forum hay por lo menos 3 caminos que se pueden tomar para llegar a la incineradora. Puedes seguir por el carril bici que indicas, pero también pues meterte en las entrañas del Forum y subir un poco hasta llegar a una rampa que lleva al Decathlon.
Si las vallas están abiertas, porque no hay ningún evento, puede aún meterte más dentro del Forum, hacia el mar, y se llega a la tercera vía, que es espectacular: hay que cruzar un puente sobre el puerto y se acaba en un camino de madera que sale a la parte trasera de la incineradora, y se llega al río, saliendo en un lateral del puente que lo cruza. Esta es genial.
La vuelta, eso sí, es solo por el carril bici. Los otros caminos son difíciles para la vuelta. De hecho ahora me doy cuenta que no hay forma clara de volver por el camino por el que se ha ido.
12/01/2016 — 09:47